Uno de los grandes “No” de Dios.

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«Deja la ira y abandona el furor; no te irrites, sólo harías lo malo «, (Salmo 37:8, LBLA)

Irritarse implica desgastarse mental y espiritualmente. Una cosa es decir: «No te irrites», pero otra muy diferente es tener en tu interior el poder para evitarlo. Suena tan fácil declarar: «Confía en el Señor calladamente y espérale con paciencia» (Salmo 37:7), hasta que sientes que todo hierbe por dentro, y terminas haciendo aquello que no querías; y entonces te ves atrapado nuevamente en la confusión y agonía. Frente a esta realidad nos preguntamos: ¿será posible esperar hasta que El Señor me de Las fuerzas para no irritarme? ¡Claro que sí! Este «no» debe ser eficaz tanto en nuestros días de dificultad e inseguridad, como en los de paz, porque de lo contrario no servirá. Y si no funciona en tu situación particular, tampoco funcionará en la de nadie más. Entonces esperar en las fuerzas que te da El Señor no depende en manera alguna de tus circunstancias externas, sino de tu relación con Él. Porque si tu experimentas Su amor al ser perdonado a través de la cruz de Cristo, tu vida interior tendrá la paz y la paciencia que viene de Él.

Por otro lado debemos descartar la idea de que un poco de ansiedad y preocupación son un indicativo de madurez. Si, debemos descartarlo, porque más bien son un síntoma de incredulidad y de maldad, ya que la irritación nace de la determinación de salimos con la nuestra. El Señor nunca se irritó, ni tuvo ansiedad, porque su propósito no era lograr la realización de sus propios planes, sino cumplir los de Su Padre. Irritarse es malo para un hijo de Dios. Por lo tanto ¿Has estado engañando a tu insensata alma con la idea de que tus circunstancias son demasiado difíciles como para entregarlos al Señor? Pon todas tus opiniones y especulaciones a un lado y vive bajo la sombra del Omnipotente. Dile a Dios de manera intencional que no te irritarás en esa situación, sino que harás todo lo posible para dejarlo en Sus manos. Hacer planes a espaldas de Dios, es la causa de toda nuestra ira y preocupación. (Parafraseado del devocionario: “En pos de lo supremo”)