¿A quién están sujetos la Iglesia y el Estado?

publicado en: Blog | 0

Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. (Ro. 13:1,2).

Desde sus orígenes las instituciones del Estado y la Iglesia, fueron creadas diferentes. Fueron creadas y ordenadas por Dios, y debían rendirle cuentas a Él, es decir estaban «bajo» la autoridad de Él. Cada una tenía que desarrollar tareas distintas y ninguna debía usurpar la esfera de autoridad de la otra. La tarea de la Iglesia es predicar el evangelio, administrar los medios de gracia, proteger las almas de sus miembros, etc. Estas tareas no le corresponden al Estado. En cambio, la responsabilidad de este, es mantener el orden social, regir el comercio, cobrar impuestos, proteger la propiedad privada, mantener las fuerzas armadas, etc. Estas no constituyen parte de las tareas de la iglesia. Al estado se le ha dado el poder de la espada y a la Iglesia el poder del evangelio.

En nuestros días, el concepto de separación de la Iglesia y el Estado ha sido ampliamente reinterpretado (y mal interpretado), llegando a significar la separación del Estado y Dios. Cada vez más, el gobierno busca evitar quedar «bajo» la autoridad de Dios, buscando siempre su propia autonomía. Cuando la Iglesia le grita “Estas mal», entonces se la critica por entrometerse en los asuntos del Estado. La Iglesia, sin embargo, no está tratando de usurpar sus funciones, sino de ofrecer su crítica profética, conforme a la tarea que le corresponde, con la única finalidad de que el Estado siga bajo la autoridad de Dios.

La Biblia alienta a los cristianos a ser modelos de obediencia al Estado, siempre que sea posible. Honramos a Cristo orando por aquellos que están en autoridad sobre nosotros, es por esto que debemos obedecer a los magistrados siempre y cuando no nos ordenen hacer algo que Dios prohíbe, o nos prohíban hacer algo que Dios ordena. En estos dos casos no solamente podemos desobedecer a las autoridades, sino que debemos desobedecerlas.